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Si Dios es suficiente – por Elizabeth Eaton

Podemos liberarnos del apego a nuestros planes, voluntades y éxitos.

De vez en cuando me invitan a celebrar el aniversario de alguna congregación. Es maravilloso ver a la iglesia en acción y conocer a miembros de diferentes partes del país.

También es interesante ver la variedad de tamaños y estilos arquitectónicos de nuestros templos. Mirar las edificaciones que se agregan a las iglesias es como estudiar los anillos de crecimiento en los árboles: se pueden apreciar los periodos de crecimiento rápido y de contracción. Por lo general, la primera unidad se construyó hace uno o dos siglos, la ampliación del santuario se levantó cuando el original se quedó chico y el ala dedicado a la educación se añadió a fines de las décadas de 1950 ó 1960. He visto docenas de iglesias así y recuerdo que mi última parroquia mostraba un patrón de crecimiento similar.

Con mucha frecuencia, sin embargo, la membresía de estas congregaciones se ha reducido. Un santuario construido para acoger a 400 personas, ahora sólo recibe a 50 los domingos. Las salas dedicadas a escuela dominical y gimnasio, en las que en otro tiempo resonaban las voces de los niños, ahora se encuentran vacías o, en congregaciones más emprendedoras, han sido rentadas a grupos comunitarios y organizaciones de servicio social.

En estas congregaciones, la celebración del aniversario tiene un gusto agridulce: durante un glorioso domingo, el santuario se llena de miembros actuales y exmiembros acompañados de sus hijos y nietos; se comparten historias de la época dorada de la congregación; hay energía y entusiasmo, y luego todo el mundo se marcha a casa. Al siguiente domingo, las 50 almas afables que quedan se reunirán en un santuario cuya soledad es ahora aún más obvia.

Se oye el sonido de un lamento en muchas partes de nuestra iglesia. Las poblaciones han cambiado y las personas se han alejado. Han cambiado las actitudes sobre la religión y la iglesia tiene un estatus menor en nuestra cultura. Eso nos llena de ansiedad y, en algunos casos, de desesperación. ¿Cómo podemos detener la decadencia? ¿Dónde está la siguiente generación? ¿Qué sucedió? ¿Qué significa todo esto?

Tengo una teoría. Estamos experimentando el juicio de Dios. No como si fuera una plaga de langostas acompañada de un fuego infernal, sino como una llamada tenaz, imponente y amorosa que nos lanza Dios a todos nosotros. La iglesia no nos pertenece. La iglesia no es un vehículo para nuestra conveniencia, estatus, éxito o consuelo. La iglesia es el cuerpo vivo de Cristo, al que le ha insuflado vida el Espíritu y que está llamado a una profunda comunión con Dios. Todo lo demás es, en el mejor de los casos, complementario y, en el peor, una distracción.

Dios podría estar llamando al pueblo de Dios a examinar qué es lo que merece nuestra atención. ¿De dónde se extrae nuestra energía?

Si la respuesta a nuestras preguntas desesperadas es cualquier otra cosa que no sea el amor íntimo y completo de Dios como se demuestra en Cristo crucificado y resucitado, entonces es que nos estamos apartando de la fuente de nuestra vida como pueblo y como iglesia.

Había un artículo provocador en la edición de diciembre de 2012 de la revista Christian Century sobre la “noche oscura de la iglesia”. Los autores del artículo sugerían que lo que yo estoy llamando un tiempo de juicio es, en realidad, la acción de Dios que nos libera del apego a nuestros planes, nuestra voluntad, nuestro éxito.

Los autores preguntaban: «¿Que está volviendo a aprender la iglesia sobre sí misma en su noche oscura? La iglesia está volviendo a aprender que su esencia no se encuentra en sus programas y logros, ni en sus actividades y las alabanzas que recibe, sino en la verdad de que ‘de toda la tierra, es ella la que tiene unión con el Dios Trino’ y que Dios es suficiente. Alcanzar este conocimiento significa desconectarse de la glamorosa cultura americana orientada a los resultados, con su producción, medición y crecimiento sin límites».

Así que, amada iglesia, ¿es Dios suficiente? Si no lo es, entonces estamos condenados a seguir una travesía interminable, agotadora y vacía en busca del significado, la importancia y el propósito. Si Dios es suficiente, entonces tenemos todo lo que necesitamos. Si Dios es suficiente, somos libres para regresar el amor recibido y entregar nuestras vidas en aras del Evangelio y en servicio al prójimo. Si Dios es suficiente, podemos abrir nuestras manos y nuestras vidas. Si Dios es suficiente, entonces podemos soltar las riendas de la iglesia sabiendo que es la iglesia de Cristo, que no es nuestra.

Y si es la voluntad de Dios que haya un testimonio del Evangelio por parte de la ELCA, no existe fuerza sobre la Tierra, ni siquiera la nuestra, que lo pueda impedir.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de septiembre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.