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Ama a tu prójimo

Por Elizabeth Eaton

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’ —le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40).

A fines de marzo de este año pasé una maravillosa semana con el obispo y líderes ordenados del Sínodo de Montana en su conferencia teológica anual. Y aún más gratificante fue que se nos unieron el obispo y clérigos de la Diócesis Episcopal de Montana, así como Michael Curry, obispo presidente de la Iglesia Episcopal. Existen muchas cosas que son propias de cada una de nuestras tradiciones específicas, pero resultó obvio que compartimos muchas más cosas. En cierto momento de la presentación, Curry se inclinó hacia mí y me dijo que si cerraba los ojos podría jurar que se encontraba en una de sus propias reuniones.

Durante la conversación, dos participantes, uno luterano y otro episcopal, destacaron que otros líderes cívicos y religiosos habían hecho declaraciones públicas sobre la necesidad de un discurso civil durante esta temporada de elecciones y se preguntaban si los líderes de la ELCA y la Iglesia Episcopal podrían hacer lo mismo. Ambos dejaron claro que no querían una declaración política o un aval a un partido o candidato. Lo único es que pensaban que parte de la retórica ya no resultaba atractiva para lo mejor de nosotros mismos, sino que se estaba abriendo la puerta a la división y la desconfianza. Querían saber si sus comunidades de fe podrían decir algo a nuestra gente que pudiera generar algo de claridad y esperanza.

Merece la pena mencionar que la primera parte de la Primera Enmienda tiene que ver con la libertad religiosa: «El Congreso no promulgará ninguna ley que se aboque a la adopción de una religión o que prohíba el libre ejercicio de la misma». Para cuando se redactó la Carta de Derechos, los Estados Unidos ya eran el hogar de aquellos a los que, por lo menos, se les había impedido de alguna manera el ejercicio de su vida religiosa por causa de una religión establecida en su anterior país y en este país. Disidentes de Inglaterra, católicos romanos y cuáqueros habían enfrentado la oposición y represión por parte del estado. La Primera Enmienda pretendía mantener las manos del gobierno fuera de la religión. No fue pensada para evitar que la comunidad religiosa hablara al gobierno o participara en el mismo.

Los luteranos no se retiran del mundo. Martín Lutero creía que las personas de fe tienen el deber de participar en la esfera política y, en caso de ser necesario, pedir cuentas a las autoridades civiles. También ofreció esta útil explicación del octavo mandamiento: «Debemos temer y amar a Dios de modo que no mintamos a nuestro prójimo, ni le traicionemos, ni le calumniemos, ni le difamemos, sino que le disculpemos, hablemos bien de él e interpretemos todo en el mejor sentido» (Catecismo Menor).

Pero veamos lo del discurso civil en esta temporada política. Entiendo que el mundo es un lugar peligroso; entiendo que muchas personas en nuestro país se sienten ignoradas y abandonadas. Existen preocupaciones legítimas sobre seguridad, política externa y política nacional. Los candidatos y partidos políticos tienen el deber de hablar de esas preocupaciones y defender la opinión de su plan.

Durante la reunión teológica, Curry destacó la respuesta de Jesús al abogado en la que decía que el amor a Dios y el amor al prójimo, así como el estándar por el que tratamos a los demás, deben ser nuestra forma de participar en la sociedad. El discurso político que no asegure que el «otro» sea tratado con el mismo respeto y cariño que desearíamos para nuestro hermano, hermana, padre o madre no es lo que Dios tiene en mente para la comunidad amada de Dios.

Somos un pueblo de la Pascua. Hemos sido redimidos por el indescriptiblemente bello acto de amor de Jesús en la cruz. Pido que nosotros, y los candidatos a un cargo de servicio público, recordemos que se nos ha confiado un mundo redimido y que siempre debemos recordar que Cristo también murió por aquellos que no están de acuerdo con nosotros.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de mayo de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

¿Qué es ser «luterano»? – por Elizabeth Eaton

Tenemos una forma particular de entender la historia de Jesús.

Durante los dos últimos años, he organizado mi trabajo alrededor de estos cuatro énfasis: somos iglesia, somos luteranos y luteranas, somos una iglesia unida y somos iglesia para bien del mundo.

Deseo dedicar un poco de tiempo a pensar con ustedes lo que significa ser luteranos en el siglo 21. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que somos luteranos?

Un buen lugar para comenzar quizás sea preguntar por qué es importante y útil tener una identidad luterana. Algunos dirán que las denominaciones y la lealtad a las mismas son cosas del pasado. Tienen algo de razón, especialmente si nuestra denominación se define por la etnia y la cultura, y si nuestra lealtad se dirige principalmente a la denominación y no a nuestro Señor.

Hubo una campaña durante el movimiento por expandir la iglesia en la década de 1980 para deshacerse de cualquier señal que identificara a la denominación. Se suponía que la iglesia luterana St. Paul, en su imperturbable abandono, pasaría a llamarse algo así como “The Church at Pheasant Run” (la iglesia en la senda del faisán) ¡Qué evocador! ¡Qué maravilloso! Un simple cambio de nombre mataría dos pájaros de un solo tiro: dejar de espantar a los que se oponían a las denominaciones y atraer montones de gente. No lo hizo.

En un intento por ser más atractiva, se volvió genérica. Tener una idea clara de quiénes somos y en qué creemos no es un lastre, es un activo. Si estamos bien definidos y bien diferenciados, tenemos una mayor capacidad para participar en el diálogo ecuménico e interreligioso y podemos ser una voz clara en la plaza pública.

Pero, ¿qué es ser “luterano”? Nos reímos con la cariñosa caricatura que hace el autor Garrison Keillor de los luteranos. Sí, nos describe a muchos de nosotros, pero no a todos. Nunca repudiaría la herencia occidental y del norte de Europa de miles de los nuestros. Forma parte de nuestra historia. Pero también tenemos a miles de hermanos y hermanas de origen africano, asiático, latino, nativo americano y árabe y de Medio Oriente, algunos de los cuales llevan generaciones enteras siendo luteranos.

Y la iglesia luterana está experimentando su mayor crecimiento en el “sur global” (África, América Central y Latinoamérica y la mayor parte de Asia). Hay más luteranos en Indonesia que en la ELCA. Hay más luteranos en Etiopía y Tanzania que en los EE.UU. Hay más luteranos en El Salvador, en Japón, en India, en México, en Palestina, en Jordania, en China y en Irlanda. La iglesia luterana más reciente se está formando en el país más joven del mundo. Estamos trabajando con pastores luteranos sudaneses para establecer una iglesia luterana en Sudán del Sur. Las gelatinas en polvo Jell-O no suelen aparecer en las comidas de traje de estos luteranos. El factor fundamental de ser luterano no es la etnia.

Si la cultura y la cocina no nos definen, entonces debe hacerlo nuestra teología. Los luteranos tienen una forma muy particular de entender la historia de Jesús. No es un movimiento que transita de la libertad desenfrenada a la sumisión. Es, más bien, la historia de cómo Dios nos redime del pecado, la muerte y el diablo, liberándonos de las cadenas que nos atan al pecado de manera que, liberados y vivos, podamos servir a Dios al servir a nuestro prójimo. Y no es cuestión de nuestro esfuerzo, bondad o ardua labor. Es la bondadosa voluntad de Dios para ser misericordioso.

Pruébenlo en casa: pregunten a sus familiares o amigos qué deben hacer para tener una buena relación con Dios. Después del asombro ante esta pregunta, adivino que hablarán de guardar los mandamientos, ser una mejor persona, leer más la Biblia. No. El amor de Dios en acción en el Cristo crucificado crea una buena relación. Nuestra parte es recibir este don con fe.

Esto es una inversión sorprendente de la forma en que siempre ha funcionado todo. No tenemos una relación transaccional con Dios: si hacemos esto, entonces Dios hará esto otro. Es una relación de transformación. Nosotros, que estábamos muertos en el pecado, hemos sido renovados. Somos libres de responder a ese amor profundamente vinculante. Lo que comemos, los himnos que cantamos, los chistes que contamos, nuestros países de procedencia, el color de nuestra piel, las prendas que vestimos, nada de eso nos une o nos hace luteranos. Es la gracia de Dios. Y eso es una buena nueva en cualquier idioma.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de octubre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.