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La indefinida temporada de Adviento – por Elizabeth Eaton

En el Cristo hecho carne, Dios nos encuentra y proporciona descanso a los corazones inquietos.

Oh ven, oh ven Emanuel, y rescata a la cautiva Israel que llora en solitario exilio aquí hasta que aparezca el Hijo de Dios (ELW por sus siglas en inglés, 257).

Adviento. Es una temporada de preparación y anticipación. Puede llegar a ser agotadora e implacable. El periodo comercial que lleva a la Navidad sin duda se ha hecho más largo. A veces, justo después del Día del Trabajo ya aparecen los escaparates navideños en las tiendas; la publicidad salta en nuestras laptops y dispositivos electrónicos de mano, y los villancicos se convierten en música de fondo en todas partes. Y se librará la guerra anual por la adoración navideña entre los pastores y la gente para decidir si se cantan villancicos navideños en la iglesia durante el Adviento. Pero no voy a tratar ese debate épico en esta columna.

Más bien, lo que quiero es considerar el profundo y santo anhelo que forma parte de esta temporada. Es significativo que las palabras de los profetas y el anhelo de Israel en el exilio sean tan prominentes en las lecciones designadas para el Adviento. La gente anhelaba que viniera el Señor, que actuara, que los redimiera, que los llevara a casa. Su exilio en Babilonia ya no era difícil. Muchos habían conseguido una buena vida, habían tenido hijos y se habían establecido. Pero no estaba del todo bien. Estaban físicamente presentes en Babilonia, pero sus corazones no estaban allí.

Creo que el Adviento es así para nosotros. La tierra es la buena creación de Dios. Encontramos mucha alegría en esta vida. Como luteranos, no nos apartamos del mundo, sino que participamos del mismo creyendo que es un don. Pero también sabemos que no está del todo bien. Que existen la desolación y el dolor: el dolor que experimentamos, el dolor que otros causan, el dolor que les causamos a otros. Y, debido a nuestra desolación, nos volvemos hacia nosotros mismos intentando, en una autosuficiencia fútil, estar completos.

De alguna manera, el Adviento crea una cierta inquietud. Puede que sea una de las pocas temporadas del año en las que nos hacemos más conscientes de nuestro deseo de plenitud y en la que estamos más alerta a las señales de que algo se acerca. Es como oír un sonido en la distancia que anuncia algo, pero que no podemos identificar con claridad. Creo que el Adviento es un tiempo liminar, un umbral. Los celtas a esto lo llamaban un “lugar estrecho, fino”, un lugar y tiempo en el que la tierra y el cielo parecen tocarse. Está justo ahí, apenas más allá de lo que se puede ver, justo más allá de nuestro alcance. Y nos invade un santo anhelo. Isaías lo dijo: “¡Ojalá rasgaras los cielos, y descendieras! …” (Isaías 64:1).

¿Qué hay en nosotros que nos hace preocuparnos, que nos vuelve inquietos? Isaías también escribió: “A pesar de todo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano” (Isaías 64:8). Parece que este anhelo del Adviento es una conciencia de que no estamos completos apartados de Dios. En el Adviento nos encontramos en ese momento incierto e inquieto entre el fin del viejo año y el inicio del nuevo, un lugar estrecho y fino en el que nos acercamos a Dios dándonos cuenta, como escribió San Agustín: “Tú nos has formado para ti mismo, y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentran su descanso en ti” (Confesiones).

Pero no podemos llegar ahí por nosotros mismos. Ésta no es nuestra obra, sino la de Dios. La espera confiada en el Señor es el propósito del Adviento: aguardar, anhelar, esperar, creer.

Y Dios es fiel. Escuchamos del profeta Sofonías que Dios promete: “En aquel tiempo yo los traeré, en aquel tiempo los reuniré…” (Sofonías 3:20).

Pero Aquél por el que esperamos no está contento con tan sólo acercarnos, sino que cumple esta promesa viniendo a nosotros como Emanuel, Dios con nosotros. En el Cristo hecho carne, Dios viene a nosotros, nos encuentra y da descanso a nuestro corazón inquieto.

Un amigo mío dijo: “El mundo ansía un sentido más profundo de la conexión espiritual, pero no hemos descubierto cómo encontrarnos con el mundo en esa conversación y anhelo. ¿Cómo puede ser el Adviento el inicio de esa nueva conversación? ¿Qué tan diferente sería el Adviento si pudiéramos empezar a pensar en ese profundo anhelo como parte de nuestra jornada de Adviento?”

Sentirnos inquietos en esta temporada podría ser bueno para nosotros. Dios no decepcionará.

¡Alégrense! ¡Alégrense! Emanuel vendrá a ti, oh Israel (ELW, 257).

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de diciembre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

Mensaje Navideño 2010 del Obispo Presidente Mark Hanson

¡Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas; del que proclama la paz, del que anuncia buenas noticias, del que proclama la salvación, del que dice a Sión: “Tu Dios reina”! Isaías 52:7.

Cuando nació Jesús, mensajeros celestiales alteraron la paz de la noche en (el cielo de) Judea para cantar alegremente y proclamar que «Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor». ¡Buenas noticias llenas de gran júbilo! Los humildes pastores fueron entonces los primeros y más entusiastas heraldos de la llegada del Salvador prometido, y hoy la alegría por el nacimiento de Jesús llena cada espacio de esta temporada.

Es cierto, a veces en el Estados Unidos moderno la algarabía comercial y cultural de la temporada parece ahogar el canto de los ángeles y las jubilosas nuevas de los pastores. Pero el majestuoso mensaje de la salvación de Dios no puede ser silenciado. Algunos lamentan en voz alta que el mundo no desea escuchar el mensaje del Evangelio, pero en esta temporada muchas personas son las que nos llaman a unirnos a ellas. «Cristianos y cristianas, canten con nosotros. Vengan con sus cantos de Navidad, de Jesús». Quizá unos cuantos quieran callarlos, así como hubo quienes después trataron de silenciar a Jesús y su mensaje sobre la asombrosa y revolucionaria misericordia de Dios, incluso hasta recurrir a la crucifixión.

Si es así, entonces esa es aún mayor razón para participar de la conmoción y algarabía, para olvidarse de las inhibiciones, para unirse al canto de los ángeles y al estallido de alegría desinhibida de los pastores: ¡Ha nacido Jesús, el Salvador!

¡Escucha! Tus centinelas alzan la voz, y juntos gritan de alegría, porque “ven ¡ahí viene tu Salvador»! Isaías 52:8; 62:11.

Mark S. Hanson

Obispo Presidente

Iglesia Evangélica Luterana en América

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