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Una mirada mayor al Catecismo menor

Por Elizabeth Eaton, Obispa presidente de la ELCA, columna de octubre de 2016 en Living Lutheran

Nota del editor: Esta es una reimpresión de la columna de julio de 2014 de la obispa presidente Elizabeth Eaton. Tal como hizo en la Asamblea Nacional de 2016, Eaton alienta a las personas a “desempolvar” su Catecismo Menor y echarle otro vistazo a los aspectos básicos de nuestra fe ahora que nos estamos acercando al 500 aniversario de la Reforma. 

Hace varios años, el obispo de mi esposo intentó iniciar un llamado al catecumenado para la diócesis con el fin de involucrar en un periodo de estudio y formación a quienes se estaban preparando para la confirmación. Lo llamamos clase de confirmación o catecismo, algo por lo que han pasado generaciones de luteranos. Pero era una experiencia nueva para los episcopales en su diócesis. Se puso a desarrollar un currículo para los posibles confirmandos, pero se encontró con resistencias. ¿Cómo consiguen los luteranos que se participe en una instrucción catecumenal de varios años? Le dije: “Hostigando quinientos años”.

Sí tenemos nuestra historia de comunicar la fe de generación en generación. Martín Lutero escribió el Catecismo Menor después de la Visitación Sajona de fines de la década de los 20 en el siglo 16, que examinó las prácticas religiosas en las parroquias de esa parte de Europa Central. Descubrió una sorprendente falta de comprensión de los fundamentos de la fe cristiana entre laicos y pastores. Así que en el Catecismo Menor proporciona una explicación concisa pero valiosa del Padrenuestro, el Credo de los Apóstoles, los mandamientos, el bautismo, la comunión, el Poder de las Llaves y la confesión.

El Catecismo Menor se convirtió en una parte importante de la formación de la fe en las familias. Millones de nosotros, a lo largo de los siglos y la geografía del mundo, lo hemos estudiado y memorizado. El catecismo ha sido un rito de pasaje en el movimiento luterano. Se podría argumentar que ninguna experiencia es más universalmente luterana que el estudio de este pequeño libro. Lo es más que el lenguaje, los himnos, la cocina o el estilo de adoración. “¿Qué significa esto?” y “Esto sin duda es muy cierto”, son dos de las frases más reconocibles del luteranismo.

Se ha dicho: “La juventud se malgasta en los jóvenes”. No estoy sugiriendo que estudiar el catecismo no sea beneficioso para los estudiantes de escuela intermedia. Pero confinar la instrucción catecumenal a ese grupo de edad y esperar discípulos plenamente formados al final del proceso probablemente sea un poco irreal.

Todo esto hace que me pregunte cómo podemos llevar nuestras tradiciones luteranas, sin vergüenza y con agradecimiento, a nuestras relaciones con asociados ecuménicos e interreligiosos. La ELCA tiene un compromiso total con el diálogo ecuménico e interreligioso. Tenemos seis asociados de comunión total: la Iglesia Presbiteriana (EE.UU.), la Iglesia Reformada en América, la Iglesia Unida de Cristo, la Iglesia Episcopal, la Iglesia Metodista Unida y la Iglesia Morava. Como ELCA, también reclamamos la parte evangélica de nuestro nombre. Liberados por la gracia de Dios por la muerte y resurrección de Jesús, y movidos por el Espíritu, queremos contar a todo el mundo la buena nueva.

Algunos argumentan que enfatizar nuestra identidad luterana es un impedimento para el diálogo y el evangelismo. Yo contestaría que si no tenemos claro quiénes somos y qué creemos no es posible tener encuentros profundos y auténticos con los demás. Resulta difícil mantener un intercambio significativo si lo único que se tiene para ofrecer es una mezcolanza informe.

Hubo un tiempo en la década de los 80 cuando expertos en el crecimiento de las iglesias nos conminaban a renunciar a nuestra identidad denominacional en favor de nombres más genéricos, y por lo tanto atractivos, para las congregaciones. La Iglesia Luterana de San Pablo se convirtió en la Iglesia en la Senda del Faisán. Es como vender nuestra herencia por un plato de lentejas mercadotécnicas. Por supuesto que estamos bautizados en la iglesia que es una, santa, católica y apostólica. Por supuesto que nuestra identidad se encuentra en Cristo y no en un monje agustino del siglo 16. Pero hay algo distintivo en nuestra voz luterana que necesita escucharse en las conversaciones ecuménicas e interreligiosas y en la arena pública. Si no tenemos esto claro, corremos el riesgo de deslizarnos hacia el relativismo.

Podría ser este el momento perfecto para desempolvar nuestros Catecismos Menores (o encontrarlo en Adoración Evangélica Luterana, 1160) y echarle otra mirada a los fundamentos de la fe. El personal del Centro Luterano en Chicago va a hacer precisamente eso esta primavera. Me parece que lugares como Microsoft o McDonald’s se ocupan mucho de sumergir a los suyos en su cultura corporativa. Nosotros somos cristianos luteranos. Debemos conducirnos con gran humildad, pero no necesitamos pedir perdón por ser luteranos. Sería maravilloso si nosotros, como ELCA, nos preparásemos para el 500 aniversario de la Reforma en 2017 estudiando juntos el Catecismo Menor. Tenemos un lenguaje común con el que hablar de la fe, involucrarnos con las Escrituras y darle un sentido a nuestro mundo. El catecismo no es sólo para los jóvenes. Esto sin duda es muy cierto.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América.

 

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Ama a tu prójimo

Por Elizabeth Eaton

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente’ —le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40).

A fines de marzo de este año pasé una maravillosa semana con el obispo y líderes ordenados del Sínodo de Montana en su conferencia teológica anual. Y aún más gratificante fue que se nos unieron el obispo y clérigos de la Diócesis Episcopal de Montana, así como Michael Curry, obispo presidente de la Iglesia Episcopal. Existen muchas cosas que son propias de cada una de nuestras tradiciones específicas, pero resultó obvio que compartimos muchas más cosas. En cierto momento de la presentación, Curry se inclinó hacia mí y me dijo que si cerraba los ojos podría jurar que se encontraba en una de sus propias reuniones.

Durante la conversación, dos participantes, uno luterano y otro episcopal, destacaron que otros líderes cívicos y religiosos habían hecho declaraciones públicas sobre la necesidad de un discurso civil durante esta temporada de elecciones y se preguntaban si los líderes de la ELCA y la Iglesia Episcopal podrían hacer lo mismo. Ambos dejaron claro que no querían una declaración política o un aval a un partido o candidato. Lo único es que pensaban que parte de la retórica ya no resultaba atractiva para lo mejor de nosotros mismos, sino que se estaba abriendo la puerta a la división y la desconfianza. Querían saber si sus comunidades de fe podrían decir algo a nuestra gente que pudiera generar algo de claridad y esperanza.

Merece la pena mencionar que la primera parte de la Primera Enmienda tiene que ver con la libertad religiosa: “El Congreso no promulgará ninguna ley que se aboque a la adopción de una religión o que prohíba el libre ejercicio de la misma”. Para cuando se redactó la Carta de Derechos, los Estados Unidos ya eran el hogar de aquellos a los que, por lo menos, se les había impedido de alguna manera el ejercicio de su vida religiosa por causa de una religión establecida en su anterior país y en este país. Disidentes de Inglaterra, católicos romanos y cuáqueros habían enfrentado la oposición y represión por parte del estado. La Primera Enmienda pretendía mantener las manos del gobierno fuera de la religión. No fue pensada para evitar que la comunidad religiosa hablara al gobierno o participara en el mismo.

Los luteranos no se retiran del mundo. Martín Lutero creía que las personas de fe tienen el deber de participar en la esfera política y, en caso de ser necesario, pedir cuentas a las autoridades civiles. También ofreció esta útil explicación del octavo mandamiento: “Debemos temer y amar a Dios de modo que no mintamos a nuestro prójimo, ni le traicionemos, ni le calumniemos, ni le difamemos, sino que le disculpemos, hablemos bien de él e interpretemos todo en el mejor sentido” (Catecismo Menor).

Pero veamos lo del discurso civil en esta temporada política. Entiendo que el mundo es un lugar peligroso; entiendo que muchas personas en nuestro país se sienten ignoradas y abandonadas. Existen preocupaciones legítimas sobre seguridad, política externa y política nacional. Los candidatos y partidos políticos tienen el deber de hablar de esas preocupaciones y defender la opinión de su plan.

Durante la reunión teológica, Curry destacó la respuesta de Jesús al abogado en la que decía que el amor a Dios y el amor al prójimo, así como el estándar por el que tratamos a los demás, deben ser nuestra forma de participar en la sociedad. El discurso político que no asegure que el “otro” sea tratado con el mismo respeto y cariño que desearíamos para nuestro hermano, hermana, padre o madre no es lo que Dios tiene en mente para la comunidad amada de Dios.

Somos un pueblo de la Pascua. Hemos sido redimidos por el indescriptiblemente bello acto de amor de Jesús en la cruz. Pido que nosotros, y los candidatos a un cargo de servicio público, recordemos que se nos ha confiado un mundo redimido y que siempre debemos recordar que Cristo también murió por aquellos que no están de acuerdo con nosotros.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de mayo de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Es hora de conocernos los unos a otros

… Y prepararse para considerar las prioridades y futura dirección de la ELCA

Por Elizabeth Eaton

No hay persona que tenga menos probabilidades de hablar con entusiasmo de nuestra iglesia que uno de nosotros. No sé si es un poco de modestia luterana intercultural que nos lleva a disimular nuestra verdadera valía, pero el efecto es que la ELCA es uno de los secretos más escondidos… para nosotros mismos.

Otras personas del país, y de todo el mundo, valoran quiénes somos como iglesia y la labor que realizamos en nombre de Jesús. Recientemente me encontraba en el campamento de refugiados de Zaatari, en Jordania, observando la labor de la Federación Luterana Mundial. Los refugiados sirios sabían lo que significa la palabra luterano. Nuestras facultades y universidades afirmaban el valor de una educación luterana; nuestra tradición de libre indagación, vocación y servicio al prójimo. Chris Kimball, presidente de la Universidad Luterana de California en Thousand Oaks, declara con orgullo que el segundo nombre de la escuela es “Luterana”. Los estudiantes no luteranos que asisten al Seminario Teológico Luterano en Filadelfia le dicen sólo el “Luterano” a la escuela. Servicios Luteranos en América es la mayor entidad proveedora de servicios sociales en el país, asistiendo a uno de cada 50 estadounidenses. Apuesto a que la mayoría de los que están leyendo esta columna no lo sabían.

Claro que entiendo que nuestra principal identidad es cristiana y que el bautismo no nos hace luteranos, nos hace parte del cuerpo de Cristo. Pero el testimonio luterano del Evangelio tiene algo importante que lo distingue y que es valorado por otras tradiciones cristianas y religiosas, y también por el mundo secular. Otras personas sí lo ven. Nosotros no.

He estado pensando mucho en todo esto últimamente. Es probable que se puedan citar muchas explicaciones sociológicas: la erosión de la confianza en las grandes instituciones, nuestra cultura de individualismo, una mayor secularización. Podría seguir con la lista. Pero mi teoría es ésta: No sabemos quiénes somos y no nos conocemos los unos a los otros.

Kenn Inskeep, director de Investigación y Evaluación de la ELCA, apunta que los organismos que precedieron a la ELCA tenían una identidad luterana sólida y ampliamente compartida en la década de 1950. Existía una sólida identidad teológica luterana. La teología era el dominio de los clérigos principalmente, pero muchos miembros laicos conocían lo esencial y podían recitar pasajes del Catecismo Menor de Martín Lutero. Y las personas conocían y apoyaban a las agencias e instituciones de la iglesia.

Antes de que piensen que me voy a poner nostálgica recordando programas de los 50 como el de Ozzie y Harriet Nelson, no se preocupen, no voy a pedir una vuelta a esos años. Había muchas cosas en nuestra iglesia y nuestro país en esos años a las que nunca regresaría. Lo que quiero decir es lo siguiente: Hemos perdido algo que nos ayudaba a entender a Dios y el mundo y que nos conectaba a los unos con los otros.

No es la primera vez que el movimiento luterano necesita un poco de apoyo. En 1527 y 1528, Lutero participó en la Visitación Sajona, una evaluación hecha a las congregaciones y clérigos del estado alemán de Sajonia. Y escribió: “La privación deplorable y miserable que encontré recientemente en mi labor de visitador me ha impulsado y obligado a preparar este catecismo, o instrucciones cristianas, en una versión así de breve, clara y simple. ¡Dios mío, con cuanta miseria me encontré! Las personas corrientes, especialmente en los pueblos, no saben absolutamente nada de la fe cristiana. … Por consiguiente, viven como ganado simple o como cerdos irracionales y, a pesar de que ha regresado el Evangelio, ellos han dominado el sutil arte de malgastar toda su libertad” (prefacio al Catecismo Menor).

Lutero también ataca a pastores y obispos con un lenguaje más fuerte. Sus Catecismos Menor y Mayor fueron escritos, en parte, para paliar esta necesidad.

Nosotros tendremos nuestra propia Visitación Sajona en un proceso solicitado por el Consejo Eclesial de la ELCA. Vamos a sostener una conversación en la iglesia nacional sobre las prioridades y dirección futura de esta iglesia. Cuando digo que vamos, quiero decir todos nosotros: miembros; congregaciones; sínodos; líderes ordenados y laicos; seminarios, facultades y universidades; agencias e instituciones; obispos; personal de la organización nacional. Todos nosotros.

Pero no podemos hablar de prioridades y direcciones futuras si no sabemos quiénes somos y qué hacemos. Estamos desarrollando un conjunto de herramientas que nos ayudarán a todos a conectarnos a la misma conversación. Tengo la esperanza puesta en que, con la guía del Espíritu Santo, acabemos consiguiendo algo estupendo. También tengo esperanza en que lleguemos a conocernos entre nosotros y nos unamos como iglesia.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de febrero de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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¿Podemos responder a la pregunta de “por qué”?

Por Elizabeth Eaton

Para proseguir con mi educación, una vez me inscribí en un curso de introducción a la filosofía en un colegio comunitario de dos años. Yo había estudiado música en la universidad y nunca seguí cursos de filosofía. Como la filosofía y la teología están íntimamente relacionadas, pensé que era hora de que conociera mejor la tradición filosófica de Occidente. Así que me puse a aprender cómo los grandes filósofos han abordado las preguntas de la existencia humana.

Fue una experiencia interesante. Mientras recorríamos los siglos de filosofía occidental, parecía que los filósofos cambiaban el enfoque para abordar las “grandes preguntas”: significado, trascendencia, sufrimiento, el papel de la voluntad. Todo este proceso estaba dirigido por un profesor que decía ser un mormón no practicante quien, me parece, nunca logró superar el ambiente de protesta de la década de los sesenta.

Me resultaba incómoda esta convergencia de un profesor que aún lidiaba con su propio rechazo de su tradición y los sistemas filosóficos que le prestaban más atención al “cómo” frente al “por qué”. No me creí para nada el determinismo, especialmente cuando un estudiante lo usó para explicar una desafortunada decisión que implicaba beber y conducir (nadie salió lesionado). ¿Qué debía hacer una joven luterana?

Mi oportunidad llegó cuando el profesor nos mandó escribir un ensayo sobre lo que habíamos aprendido de cualquiera de las filosofías abarcadas en clase. Me metí de lleno. Era una tarea para conseguir créditos extra, diseñada para dar una segunda oportunidad a los que estaban en peligro de reprobar la materia. Como yo no estaba dentro de esa categoría, inmediatamente me vieron como “uno de esos estudiantes” (estoy segura que mis compañeros usaron un lenguaje menos refinado).

Titulé mi ensayo “Cómo o por qué: mecánica newtoniana vs. metafísica cuántica”. Muy pasado de la raya, pero yo me había puesto una misión. Quería hacer notar al profesor que en la vida hay más que el “cómo” de las cosas, que hay significado y trascendencia aunque no podamos percibirlo mediante la razón o el entendimiento humano. Quería dar testimonio de mi convicción de que en la vida hay muchas más cosas que sólo mecánica y técnica en el camino hacia una conclusión determinista. Y quería señalar la verdad que había experimentado: que existe un ser amoroso y relacional que se preocupa por nosotros y por la creación.

Obviamente el profesor quedó desconcertado por el esfuerzo que puse en el proyecto, además de quitarme cinco puntos por haber usado una contracción. Pero mi punto era entonces, igual que ahora, que como cultura y como iglesia nos hemos vuelto muy competentes para hablar del “cómo” de las cosas. Para la iglesia esto significa que “cómo” se ha convertido en la pregunta que determina dónde concentramos la atención, cómo vivimos y cómo distribuimos los recursos. Hemos desarrollado programas —hermosos programas— para saber cómo llevar a cabo la educación cristiana, la adoración, la mayordomía, la defensa de los derechos, la justicia, el evangelismo, el ministerio global y el ministerio juvenil. No descuiden ninguno de estos.

Pero, ¿podemos como iglesia responder la pregunta de “por qué”?

Al participar este año en la conversación sobre la futura dirección y las prioridades de esta iglesia, esa es la pregunta que debemos responder. Si no podemos responderla claramente y con convicción, no visualizo mucho cambio para nosotros.

En el Catecismo Menor, Martín Lutero nos da cierta dirección:

“Creo que Jesucristo, verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María, es mi Señor. Que me ha redimido a mí, criatura perdida y condenada, me ha rescatado y librado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo, mas no con oro ni con plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte. Y todo esto lo hizo para que yo sea suyo y viva bajo él en su reino y lo sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él, resucitado de entre los muertos, vive y reina eternamente. Esto es ciertamente la verdad”.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de abril de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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