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La ELCA aprueba el documento ecuménico entre luteranos y católicos

Por Noticias de la Asamblea General del 2016

NUEVA ORLEANS (10 de agosto de 2016) – La Asamblea General del 2016 de la Iglesia Evangélica Luterana en América (ELCA, por sus siglas en inglés) dio pasos importantes el miércoles para avanzar en la misión de esta iglesia como iglesia para bien del mundo.

Por un voto de 931 a 9, la asamblea aceptó por abrumadora mayoría la “Declaración sobre el camino”, un documento ecuménico único que señala el sendero a seguir hacia una mayor unidad entre católicos y luteranos. Tras la votación, una emocionada asamblea se puso en pie para aplaudir esta histórica decisión.

En el centro del documento se sitúan 32 “Declaraciones de Acuerdo” que especifican dónde no tienen luteranos y católicos diferencias divisorias sobre temas de iglesia, ministerio y eucaristía. De manera más tentativa, el documento también explora las diferencias que sí se mantienen.

“Queridas hermanas y hermanos, hagamos pausa para honrar este momento histórico”, exhortó Elizabeth A. Eaton, obispa presidente de la ELCA, al dirigirse a la asamblea tras la votación. “Aunque aún no hemos llegado, hemos declarado que nos encontramos, de hecho, en el camino hacia la unidad. Después de 500 años de división y 50 años de diálogo, esta acción debe entenderse en el contexto de los demás acuerdos significativos que hemos alcanzado, más notablemente la ‘Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación’ en 1999”.

“Esta ‘Declaración sobre el camino’ nos ayuda a materializar más plenamente nuestra unidad en Cristo con nuestros asociados católicos, pero también sirve para impulsar nuestro compromiso con la unidad con todos los cristianos”, manifestó Eaton.

Para honrar el momento, Eaton entregó al obispo Denis J. Madden, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Baltimore y copresidente del grupo de trabajo de la “Declaración sobre el camino”, un regalo de comunión que se elaboró especialmente para la asamblea. Mark Hanson, obispo presidente emérito de la ELCA, sirvió como copresidente del grupo de trabajo por parte de la ELCA. El grupo de trabajo se había reunido y había presentado a la iglesia los acuerdos alcanzados en los diálogos entre luteranos y católicos.

“Me siento tan privilegiado y tan agradecido por haber pasado estos días con ustedes. Por hablar con ustedes, compartir tiempo con ustedes y orar con ustedes”, dijo Madden. “Les doy las gracias por permitirnos a mí y a mis colegas unirnos a ustedes en las celebraciones de la eucaristía, lo cual ha sido una enorme alegría y será siempre un recordatorio de que pronto vamos a celebrar estas cosas juntos como un solo cuerpo”.

La asamblea expresó gratitud por este texto ecuménico pionero y alabó la declaración (junto con otros textos ecuménicos) como recurso “para la vida en común de la iglesia al acercarnos al 2017 y para los años posteriores”. Con respecto a la Declaración de Acuerdos, la decisión de la asamblea de recibir las 32 afirmaciones comunes “reconocía que ya no existen cuestiones que dividan a la iglesia entre luteranos y católicos con respecto a estas declaraciones.

En otro importante asunto, la asamblea votó 921 a 11 a favor de AMMPARO, la estrategia de la iglesia para Acompañar a Migrantes Menores de Edad con Protección, Abogacía, Representación y Oportunidades.

La ELCA desarrolló esta estrategia en base a los compromisos para defender y garantizar los derechos humanos básicos y la seguridad de los niños migrantes y sus familias; abordar las causas de raíz de la migración en los países del Triángulo Norte de Centroamérica y en México, así como el trato que se da a los migrantes en tránsito; trabajar por políticas justas y humanitarias que afectan a los migrantes dentro y fuera de los EE.UU.; participar como iglesia con todos sus compañeros, afiliados y asociados para dar respuesta a la situación de la migración y sus causas, y abogar por los niños migrantes y sus familias.

La asamblea también votó por 895 a 23 aceptar la propuesta presupuestaria para el periodo 2017-2019, aprobada y recomendada por el Consejo Eclesial de la ELCA. La propuesta presupuestaria incluye:

  • una autorización para el gasto corriente de fondos para 2017 de $65,296,005 dólares y una autorización para el gasto del Programa de la ELCA para Aliviar el Hambre Mundial en 2017 de $24.8 millones de dólares;
  • una propuesta para el ingreso corriente de fondos para 2018 de $64,057,220 dólares y una propuesta de ingresos del Programa de la ELCA para Aliviar el Hambre Mundial en 2018 de $25 millones de dólares, y
  • una propuesta para el ingreso corriente de fondos para 2019 de $64,151,175 dólares y una propuesta de ingresos del Programa de la ELCA para Aliviar el Hambre Mundial en 2019 de $25 millones de dólares.

La asamblea –la más alta autoridad legislativa de la ELCA– se reunirá en el Centro de Convenciones Ernest N. Morial en Nueva Orleans. Reunidos en torno al tema “Freed and Renewed in Christ: 500 Years of God’s Grace in Action” (Liberados y renovados en Cristo: 500 años de la gracia de Dios en acción) entre los asuntos de la asamblea se encuentran los preparativos para celebrar el 500 aniversario de la Reforma en 2017.

 

Sobre la Iglesia Evangélica Luterana en América:
La ELCA es una de las mayores denominaciones cristianas en los Estados Unidos, con más de 3.7 millones de miembros en más de 9,300 congregaciones en los 50 estados y la región del Caribe. Conocida como la iglesia de “La obra de Dios. Nuestras manos”, la ELCA enfatiza la gracia salvadora de Dios por medio de la fe en Jesucristo, la unidad entre los cristianos y el servicio en el mundo. Las raíces de la ELCA se encuentran en los escritos del alemán Martín Lutero, reformador de la iglesia.

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Es hora de conocernos los unos a otros

… Y prepararse para considerar las prioridades y futura dirección de la ELCA

Por Elizabeth Eaton

No hay persona que tenga menos probabilidades de hablar con entusiasmo de nuestra iglesia que uno de nosotros. No sé si es un poco de modestia luterana intercultural que nos lleva a disimular nuestra verdadera valía, pero el efecto es que la ELCA es uno de los secretos más escondidos… para nosotros mismos.

Otras personas del país, y de todo el mundo, valoran quiénes somos como iglesia y la labor que realizamos en nombre de Jesús. Recientemente me encontraba en el campamento de refugiados de Zaatari, en Jordania, observando la labor de la Federación Luterana Mundial. Los refugiados sirios sabían lo que significa la palabra luterano. Nuestras facultades y universidades afirmaban el valor de una educación luterana; nuestra tradición de libre indagación, vocación y servicio al prójimo. Chris Kimball, presidente de la Universidad Luterana de California en Thousand Oaks, declara con orgullo que el segundo nombre de la escuela es “Luterana”. Los estudiantes no luteranos que asisten al Seminario Teológico Luterano en Filadelfia le dicen sólo el “Luterano” a la escuela. Servicios Luteranos en América es la mayor entidad proveedora de servicios sociales en el país, asistiendo a uno de cada 50 estadounidenses. Apuesto a que la mayoría de los que están leyendo esta columna no lo sabían.

Claro que entiendo que nuestra principal identidad es cristiana y que el bautismo no nos hace luteranos, nos hace parte del cuerpo de Cristo. Pero el testimonio luterano del Evangelio tiene algo importante que lo distingue y que es valorado por otras tradiciones cristianas y religiosas, y también por el mundo secular. Otras personas sí lo ven. Nosotros no.

He estado pensando mucho en todo esto últimamente. Es probable que se puedan citar muchas explicaciones sociológicas: la erosión de la confianza en las grandes instituciones, nuestra cultura de individualismo, una mayor secularización. Podría seguir con la lista. Pero mi teoría es ésta: No sabemos quiénes somos y no nos conocemos los unos a los otros.

Kenn Inskeep, director de Investigación y Evaluación de la ELCA, apunta que los organismos que precedieron a la ELCA tenían una identidad luterana sólida y ampliamente compartida en la década de 1950. Existía una sólida identidad teológica luterana. La teología era el dominio de los clérigos principalmente, pero muchos miembros laicos conocían lo esencial y podían recitar pasajes del Catecismo Menor de Martín Lutero. Y las personas conocían y apoyaban a las agencias e instituciones de la iglesia.

Antes de que piensen que me voy a poner nostálgica recordando programas de los 50 como el de Ozzie y Harriet Nelson, no se preocupen, no voy a pedir una vuelta a esos años. Había muchas cosas en nuestra iglesia y nuestro país en esos años a las que nunca regresaría. Lo que quiero decir es lo siguiente: Hemos perdido algo que nos ayudaba a entender a Dios y el mundo y que nos conectaba a los unos con los otros.

No es la primera vez que el movimiento luterano necesita un poco de apoyo. En 1527 y 1528, Lutero participó en la Visitación Sajona, una evaluación hecha a las congregaciones y clérigos del estado alemán de Sajonia. Y escribió: “La privación deplorable y miserable que encontré recientemente en mi labor de visitador me ha impulsado y obligado a preparar este catecismo, o instrucciones cristianas, en una versión así de breve, clara y simple. ¡Dios mío, con cuanta miseria me encontré! Las personas corrientes, especialmente en los pueblos, no saben absolutamente nada de la fe cristiana. … Por consiguiente, viven como ganado simple o como cerdos irracionales y, a pesar de que ha regresado el Evangelio, ellos han dominado el sutil arte de malgastar toda su libertad” (prefacio al Catecismo Menor).

Lutero también ataca a pastores y obispos con un lenguaje más fuerte. Sus Catecismos Menor y Mayor fueron escritos, en parte, para paliar esta necesidad.

Nosotros tendremos nuestra propia Visitación Sajona en un proceso solicitado por el Consejo Eclesial de la ELCA. Vamos a sostener una conversación en la iglesia nacional sobre las prioridades y dirección futura de esta iglesia. Cuando digo que vamos, quiero decir todos nosotros: miembros; congregaciones; sínodos; líderes ordenados y laicos; seminarios, facultades y universidades; agencias e instituciones; obispos; personal de la organización nacional. Todos nosotros.

Pero no podemos hablar de prioridades y direcciones futuras si no sabemos quiénes somos y qué hacemos. Estamos desarrollando un conjunto de herramientas que nos ayudarán a todos a conectarnos a la misma conversación. Tengo la esperanza puesta en que, con la guía del Espíritu Santo, acabemos consiguiendo algo estupendo. También tengo esperanza en que lleguemos a conocernos entre nosotros y nos unamos como iglesia.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de febrero de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Eaton escribe carta a líderes de la ELCA invitándoles a que prediquen sobre raza, diversidad e inclusión

17 de junio de 2016

Estimados líderes ordenados de la ELCA:

Que la gracia y la paz sean con ustedes en el nombre de Jesucristo. Hoy nos unimos a nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo para conmemorar el aniversario de los nueve mártires de Emanuel. Seguimos llorando la pérdida de esas nueve vidas preciosas, y oramos para que sus familias puedan hallar consuelo en el amor de Dios.

Durante el último año, hemos lidiado como nación, y como iglesia, con los retos de enfrentar el racismo. Juntos a través de nuestros diversos ministerios, la ELCA ha participado en oraciones llenas de lamento y ha ido en pos de actos de justicia racial y reconciliación. Estos también han sido tiempos de intensificar la colaboración con nuestros compañeros ecuménicos, entre ellos la Iglesia Episcopal Metodista Africana (AME, por sus siglas en inglés).

El Consejo de Obispos de AME emitió una poderosa declaración para marcar el aniversario de Charleston: http://disciples.org/ecumenical/statement-m-e-bishops-charleston-anniversary/

Deseo dirigir su atención a tres llamados a la acción que les invito a considerar:

  1. Llamamos a otras comuniones, en particular a nuestras comuniones predominantemente blancas, a unirse a nosotros para predicar e instruir y para condenar el racismo.
  1. El Consejo de Obispos de la Iglesia Episcopal Metodista Africana solicita que, durante el fin de semana del 24 al 26 de junio, los clérigos de todo el país busquen un intercambio de púlpito con otra iglesia o grupo religioso y prediquen sobre raza, diversidad e inclusión. Además, que organicen momentos de compañerismo e interacciones entre congregaciones locales. Este intercambio se debe llevar a cabo con una organización cristiana o interreligiosa de una raza o religión distinta. (Por favor, consideren el próximo fin de semana como el inicio de una temporada para tales intercambios, continuando durante los meses de verano).
  1. Que clérigos y organizaciones interreligiosas locales inicien diálogos con líderes políticos locales sobre cuestiones de vigilancia policiaca, educación, vivienda y otros temas donde la raza es un factor e impacta a cualquier grupo de manera negativa.

La tragedia del 17 de junio del 2015, personificó la relación compleja de nuestra iglesia con el racismo. Nuestra relación con el atacante —Dylann Roof, quien era un miembro de una congregación de la ELCA— como también con dos de las víctimas abatidas —la Reverenda Clementa Pinckney y el Reverendo Daniel Simmons, quienes eran egresados del Seminario Teológico Luterano del Sur, en Columbia, Carolina del Sur— nos recuerda tanto nuestra complicidad como nuestro llamado. Juntos confesamos que somos cautivos del pecado de racismo y, al mismo tiempo, nos regocijamos en la libertad que tenemos en Cristo Jesús, quien ha “derribado mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba” (Efesios 2:14). Que Dios nos siga guiando mientras buscamos el arrepentimiento y la renovación, la justicia racial y la reconciliación entre todos los hijos preciosos de Dios.

En Cristo,

Elizabeth A. Eaton

 

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¿Podemos responder a la pregunta de “por qué”?

Por Elizabeth Eaton

Para proseguir con mi educación, una vez me inscribí en un curso de introducción a la filosofía en un colegio comunitario de dos años. Yo había estudiado música en la universidad y nunca seguí cursos de filosofía. Como la filosofía y la teología están íntimamente relacionadas, pensé que era hora de que conociera mejor la tradición filosófica de Occidente. Así que me puse a aprender cómo los grandes filósofos han abordado las preguntas de la existencia humana.

Fue una experiencia interesante. Mientras recorríamos los siglos de filosofía occidental, parecía que los filósofos cambiaban el enfoque para abordar las “grandes preguntas”: significado, trascendencia, sufrimiento, el papel de la voluntad. Todo este proceso estaba dirigido por un profesor que decía ser un mormón no practicante quien, me parece, nunca logró superar el ambiente de protesta de la década de los sesenta.

Me resultaba incómoda esta convergencia de un profesor que aún lidiaba con su propio rechazo de su tradición y los sistemas filosóficos que le prestaban más atención al “cómo” frente al “por qué”. No me creí para nada el determinismo, especialmente cuando un estudiante lo usó para explicar una desafortunada decisión que implicaba beber y conducir (nadie salió lesionado). ¿Qué debía hacer una joven luterana?

Mi oportunidad llegó cuando el profesor nos mandó escribir un ensayo sobre lo que habíamos aprendido de cualquiera de las filosofías abarcadas en clase. Me metí de lleno. Era una tarea para conseguir créditos extra, diseñada para dar una segunda oportunidad a los que estaban en peligro de reprobar la materia. Como yo no estaba dentro de esa categoría, inmediatamente me vieron como “uno de esos estudiantes” (estoy segura que mis compañeros usaron un lenguaje menos refinado).

Titulé mi ensayo “Cómo o por qué: mecánica newtoniana vs. metafísica cuántica”. Muy pasado de la raya, pero yo me había puesto una misión. Quería hacer notar al profesor que en la vida hay más que el “cómo” de las cosas, que hay significado y trascendencia aunque no podamos percibirlo mediante la razón o el entendimiento humano. Quería dar testimonio de mi convicción de que en la vida hay muchas más cosas que sólo mecánica y técnica en el camino hacia una conclusión determinista. Y quería señalar la verdad que había experimentado: que existe un ser amoroso y relacional que se preocupa por nosotros y por la creación.

Obviamente el profesor quedó desconcertado por el esfuerzo que puse en el proyecto, además de quitarme cinco puntos por haber usado una contracción. Pero mi punto era entonces, igual que ahora, que como cultura y como iglesia nos hemos vuelto muy competentes para hablar del “cómo” de las cosas. Para la iglesia esto significa que “cómo” se ha convertido en la pregunta que determina dónde concentramos la atención, cómo vivimos y cómo distribuimos los recursos. Hemos desarrollado programas —hermosos programas— para saber cómo llevar a cabo la educación cristiana, la adoración, la mayordomía, la defensa de los derechos, la justicia, el evangelismo, el ministerio global y el ministerio juvenil. No descuiden ninguno de estos.

Pero, ¿podemos como iglesia responder la pregunta de “por qué”?

Al participar este año en la conversación sobre la futura dirección y las prioridades de esta iglesia, esa es la pregunta que debemos responder. Si no podemos responderla claramente y con convicción, no visualizo mucho cambio para nosotros.

En el Catecismo Menor, Martín Lutero nos da cierta dirección:

“Creo que Jesucristo, verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María, es mi Señor. Que me ha redimido a mí, criatura perdida y condenada, me ha rescatado y librado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo, mas no con oro ni con plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte. Y todo esto lo hizo para que yo sea suyo y viva bajo él en su reino y lo sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él, resucitado de entre los muertos, vive y reina eternamente. Esto es ciertamente la verdad”.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de abril de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Sábado de Gloria – Un espacio entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua

Por Elizabeth Eaton

Ambos tomaron el cuerpo de Jesús y, conforme a la costumbre judía de dar sepultura, lo envolvieron en vendas con las especias aromáticas. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no se había sepultado a nadie. Como era el día judío de la preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. (Juan 19:40-42).

Sábado de Gloria. Una pausa. Un espacio entre el Viernes Santo y la Pascua. Un sepulcro lleno y, excepto por el guardia, un huerto vacío. Sin movimiento. En silencio.

No prestamos mucha atención al Sábado de Gloria más que como día de preparación para el Domingo de Pascua. El grupo juvenil tiene que prepararse para el desayuno de Pascua. El gremio del altar está ocupado encargándose de los lirios y preparando el altar. Los supermercados están llenos. Se pintan huevos. Estamos ocupados con un ajetreo de anticipación. Dejamos atrás el Viernes Santo. Incluso la Vigilia Pascual en la noche del Sábado de Gloria anuncia y dirige la mirada hacia la resurrección.

Nosotros, por supuesto, vivimos después de la primera Pascua. Sabemos cómo acaba la historia y se sentiría forzado quedarse en el Sábado de Gloria como si no supiéramos de la resurrección. Pero se nos ha concedido este día santo para hacer una pausa. Se nos ha dado este espacio santo para manifestar nuestro duelo; para estar vacíos; para darnos cuenta que la vida, tal como la conocemos, se ha acabado.

Esto resulta profundamente incómodo en nuestra cultura. Lo vemos en los noticieros cuando se empieza a hablar de un cierre inmediatamente después de una tragedia. Podría ser un intento bienintencionado por aliviar el dolor, pero no sana. Existe un peligro en superar con demasiada rapidez el duelo. Es importante resistirse al ansia de llevar al afligido hacia esa etapa de “cierre”.

No se puede apresurar el proceso de duelo por tragedias como las de Sandy Hook, Mother Emanuel o San Bernardino. Ninguno de los Viernes Santos de nuestra vida lo puede hacer. La resurrección se produjo después de una muerte real. La crucifixión no fue una metáfora. Un corazón dejó de latir. Exhaló su último suspiro. Un hijo murió. Las madres de Siria, El Salvador o el lado sur de Chicago hacen guardia al pie de la cruz.

Pero el Sábado de Gloria es algo más que el santo y necesario espacio para enfrentarse a la muerte sin negaciones, y para llorar sin la anestesia entumecedora del sentimentalismo. Algo mucho más profundo está pasando. Es una invitación a aceptar que la vida, tal como la conocemos, se ha acabado. Todos nuestros planes, toda nuestra premeditación y todas nuestras buenas intenciones se han acabado.

En el Sábado de Gloria se nos invita a dejar atrás nuestra vida y entrar al sepulcro. Nuestro esfuerzo y nuestro sentido de la justicia, así como nuestro pecado, nos atan. Nuestro esfuerzo por salvar nuestra vida nos ata. Esto es así tanto para la iglesia como para cada uno de sus miembros.

Me siento agradecida por la innovación fiel y el constante esfuerzo de todas nuestras gentes y congregaciones. No estoy tan apartada del ministerio parroquial como para no recordar sus dificultades y alegrías. Hay algo noble y querido en los santos que acuden una semana tras otra, un año tras otro, para escuchar y recibir el evangelio y, en respuesta a la gracia, participar en la obra reconciliadora de Dios en el mundo. Pero un día llega la hora en que hay que tomar en serio la enseñanza de Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:25).

Ese día entre Viernes Santo y Pascua se puede mirar como un vacío, una nada, algo a lo que hay que resistirse a toda costa, algo a llenar. Es la misma reacción que muchos en nuestra cultura manifiestan ante el silencio. Es como si el sonido y la actividad demostraran que todavía existimos. Pero pienso que el espacio entre la crucifixión y la resurrección —verdaderamente aterrador y verdaderamente compasivo— nos llama desde nuestra vida hacia la vida en Cristo. Después de todo, no fue ni el ruido ni el fuego lo que llamó la atención de Elías, sino el sonido del puro silencio (1 Reyes 19:11-13).

Cuando dejemos atrás nuestras vidas y entremos al sepulcro, cuando el silencio nos rodee, entonces veremos que Jesús ya nos precedió, anticipándonos, acogiéndonos para que nos quedemos quietos y muramos en él y encontremos nuestra vida en él. Descansa, querida iglesia.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de marzo de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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