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ELCA Blogs

Es hora de conocernos los unos a otros

… Y prepararse para considerar las prioridades y futura dirección de la ELCA

Por Elizabeth Eaton

No hay persona que tenga menos probabilidades de hablar con entusiasmo de nuestra iglesia que uno de nosotros. No sé si es un poco de modestia luterana intercultural que nos lleva a disimular nuestra verdadera valía, pero el efecto es que la ELCA es uno de los secretos más escondidos… para nosotros mismos.

Otras personas del país, y de todo el mundo, valoran quiénes somos como iglesia y la labor que realizamos en nombre de Jesús. Recientemente me encontraba en el campamento de refugiados de Zaatari, en Jordania, observando la labor de la Federación Luterana Mundial. Los refugiados sirios sabían lo que significa la palabra luterano. Nuestras facultades y universidades afirmaban el valor de una educación luterana; nuestra tradición de libre indagación, vocación y servicio al prójimo. Chris Kimball, presidente de la Universidad Luterana de California en Thousand Oaks, declara con orgullo que el segundo nombre de la escuela es “Luterana”. Los estudiantes no luteranos que asisten al Seminario Teológico Luterano en Filadelfia le dicen sólo el “Luterano” a la escuela. Servicios Luteranos en América es la mayor entidad proveedora de servicios sociales en el país, asistiendo a uno de cada 50 estadounidenses. Apuesto a que la mayoría de los que están leyendo esta columna no lo sabían.

Claro que entiendo que nuestra principal identidad es cristiana y que el bautismo no nos hace luteranos, nos hace parte del cuerpo de Cristo. Pero el testimonio luterano del Evangelio tiene algo importante que lo distingue y que es valorado por otras tradiciones cristianas y religiosas, y también por el mundo secular. Otras personas sí lo ven. Nosotros no.

He estado pensando mucho en todo esto últimamente. Es probable que se puedan citar muchas explicaciones sociológicas: la erosión de la confianza en las grandes instituciones, nuestra cultura de individualismo, una mayor secularización. Podría seguir con la lista. Pero mi teoría es ésta: No sabemos quiénes somos y no nos conocemos los unos a los otros.

Kenn Inskeep, director de Investigación y Evaluación de la ELCA, apunta que los organismos que precedieron a la ELCA tenían una identidad luterana sólida y ampliamente compartida en la década de 1950. Existía una sólida identidad teológica luterana. La teología era el dominio de los clérigos principalmente, pero muchos miembros laicos conocían lo esencial y podían recitar pasajes del Catecismo Menor de Martín Lutero. Y las personas conocían y apoyaban a las agencias e instituciones de la iglesia.

Antes de que piensen que me voy a poner nostálgica recordando programas de los 50 como el de Ozzie y Harriet Nelson, no se preocupen, no voy a pedir una vuelta a esos años. Había muchas cosas en nuestra iglesia y nuestro país en esos años a las que nunca regresaría. Lo que quiero decir es lo siguiente: Hemos perdido algo que nos ayudaba a entender a Dios y el mundo y que nos conectaba a los unos con los otros.

No es la primera vez que el movimiento luterano necesita un poco de apoyo. En 1527 y 1528, Lutero participó en la Visitación Sajona, una evaluación hecha a las congregaciones y clérigos del estado alemán de Sajonia. Y escribió: “La privación deplorable y miserable que encontré recientemente en mi labor de visitador me ha impulsado y obligado a preparar este catecismo, o instrucciones cristianas, en una versión así de breve, clara y simple. ¡Dios mío, con cuanta miseria me encontré! Las personas corrientes, especialmente en los pueblos, no saben absolutamente nada de la fe cristiana. … Por consiguiente, viven como ganado simple o como cerdos irracionales y, a pesar de que ha regresado el Evangelio, ellos han dominado el sutil arte de malgastar toda su libertad” (prefacio al Catecismo Menor).

Lutero también ataca a pastores y obispos con un lenguaje más fuerte. Sus Catecismos Menor y Mayor fueron escritos, en parte, para paliar esta necesidad.

Nosotros tendremos nuestra propia Visitación Sajona en un proceso solicitado por el Consejo Eclesial de la ELCA. Vamos a sostener una conversación en la iglesia nacional sobre las prioridades y dirección futura de esta iglesia. Cuando digo que vamos, quiero decir todos nosotros: miembros; congregaciones; sínodos; líderes ordenados y laicos; seminarios, facultades y universidades; agencias e instituciones; obispos; personal de la organización nacional. Todos nosotros.

Pero no podemos hablar de prioridades y direcciones futuras si no sabemos quiénes somos y qué hacemos. Estamos desarrollando un conjunto de herramientas que nos ayudarán a todos a conectarnos a la misma conversación. Tengo la esperanza puesta en que, con la guía del Espíritu Santo, acabemos consiguiendo algo estupendo. También tengo esperanza en que lleguemos a conocernos entre nosotros y nos unamos como iglesia.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de febrero de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Eaton escribe carta a líderes de la ELCA invitándoles a que prediquen sobre raza, diversidad e inclusión

17 de junio de 2016

Estimados líderes ordenados de la ELCA:

Que la gracia y la paz sean con ustedes en el nombre de Jesucristo. Hoy nos unimos a nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo para conmemorar el aniversario de los nueve mártires de Emanuel. Seguimos llorando la pérdida de esas nueve vidas preciosas, y oramos para que sus familias puedan hallar consuelo en el amor de Dios.

Durante el último año, hemos lidiado como nación, y como iglesia, con los retos de enfrentar el racismo. Juntos a través de nuestros diversos ministerios, la ELCA ha participado en oraciones llenas de lamento y ha ido en pos de actos de justicia racial y reconciliación. Estos también han sido tiempos de intensificar la colaboración con nuestros compañeros ecuménicos, entre ellos la Iglesia Episcopal Metodista Africana (AME, por sus siglas en inglés).

El Consejo de Obispos de AME emitió una poderosa declaración para marcar el aniversario de Charleston: http://disciples.org/ecumenical/statement-m-e-bishops-charleston-anniversary/

Deseo dirigir su atención a tres llamados a la acción que les invito a considerar:

  1. Llamamos a otras comuniones, en particular a nuestras comuniones predominantemente blancas, a unirse a nosotros para predicar e instruir y para condenar el racismo.
  1. El Consejo de Obispos de la Iglesia Episcopal Metodista Africana solicita que, durante el fin de semana del 24 al 26 de junio, los clérigos de todo el país busquen un intercambio de púlpito con otra iglesia o grupo religioso y prediquen sobre raza, diversidad e inclusión. Además, que organicen momentos de compañerismo e interacciones entre congregaciones locales. Este intercambio se debe llevar a cabo con una organización cristiana o interreligiosa de una raza o religión distinta. (Por favor, consideren el próximo fin de semana como el inicio de una temporada para tales intercambios, continuando durante los meses de verano).
  1. Que clérigos y organizaciones interreligiosas locales inicien diálogos con líderes políticos locales sobre cuestiones de vigilancia policiaca, educación, vivienda y otros temas donde la raza es un factor e impacta a cualquier grupo de manera negativa.

La tragedia del 17 de junio del 2015, personificó la relación compleja de nuestra iglesia con el racismo. Nuestra relación con el atacante —Dylann Roof, quien era un miembro de una congregación de la ELCA— como también con dos de las víctimas abatidas —la Reverenda Clementa Pinckney y el Reverendo Daniel Simmons, quienes eran egresados del Seminario Teológico Luterano del Sur, en Columbia, Carolina del Sur— nos recuerda tanto nuestra complicidad como nuestro llamado. Juntos confesamos que somos cautivos del pecado de racismo y, al mismo tiempo, nos regocijamos en la libertad que tenemos en Cristo Jesús, quien ha “derribado mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba” (Efesios 2:14). Que Dios nos siga guiando mientras buscamos el arrepentimiento y la renovación, la justicia racial y la reconciliación entre todos los hijos preciosos de Dios.

En Cristo,

Elizabeth A. Eaton

 

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Obispa presidente de la ELCA emite carta en respuesta a la masacre en Orlando

CHICAGO (ELCA) — La reverenda Elizabeth A. Eaton, obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América (ELCA), emitió una carta en respuesta a la masacre del 12 de junio que cobró las vidas de 49 personas en un centro nocturno de Orlando, Florida. Este es el tiroteo masivo más sangriento en la historia de Estados Unidos. En la carta Eaton declara: “Debemos buscar la paz y reconciliación a la cacofonía del odio y la división. Debemos vivir la verdad de que todas las personas son creadas a imagen de Dios”.

La carta de Eaton continúa:

Estimados hermanos y hermanas en Cristo:

“Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó”. Génesis 1:27

Nos estamos matando a nosotros mismos. Creemos que todas las personas son creadas a imagen de Dios. Toda la humanidad se asemeja a una familia. Las personas asesinadas en Orlando no eran “otros” abstractos, ellas son nosotros. Pero de alguna forma, en la mente de un atacante seriamente perturbado, la comunidad LGBTQ estaba separada de nuestra humanidad común. Esta separación provocó que 49 de nosotros fuéramos asesinados y 54 de nosotros fuéramos heridos.

Vivimos en una sociedad cada vez más dividida y polarizada. Muy a menudo nos separamos en grupos con ideas afines y dejamos fuera a los demás. Esta división no está muy alejada de la demonización. Ayer, fuimos testigos de las consecuencias trágicas que esto conlleva.

Existe otra forma. En Cristo, Dios se ha reconciliado con el mundo. Jesús vivió entre nosotros compartiendo nuestra humanidad. Murió por nosotros para restaurar nuestra humanidad. Dios nos invita a esta obra reconciliadora. Este debe ser nuestro testimonio como Iglesia Evangélica Luterana en América. El perpetrador de este crimen de odio no salió de la nada. Fue moldeado por nuestra cultura de división, que a su vez ha sido deformada por la manipulación de nuestros miedos. Eso no es lo que somos. San Pablo escribió: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!  Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: ‘En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios’”. (2 Corintios 5:17-20).

Nuestra labor empieza ahora. Necesitamos autoanalizarnos, individualmente y como iglesia, para reconocer las maneras en que hemos dividido y en las que hemos sido divididos. Debemos apoyar a quienes que han sido relegados al papel de “los otros”. Debemos buscar la paz y la reconciliación a la cacofonía del odio y la división. Debemos vivir la verdad de que todas las personas son creadas a imagen de Dios.

Esta mañana el personal de las oficinas nacionales de la ELCA se unió en duelo y oración. Oramos por todas aquellas personas que murieron en la masacre de Orlando y recordamos a las nueve víctimas de Charleston que murieron hace apenas un año. Oramos por la familia del atacante, por nuestros hermanos y hermanas de la comunidad LGBTQ y por nuestros hermanos y hermanas musulmanes que ahora se enfrentan al temor de represalias. Oramos por que el Príncipe de Paz nos permita ver el día en que dejemos de matarnos entre nosotros.

Su hermana en Cristo,

Elizabeth A. Eaton

Obispa presidente

Iglesia Evangélica Luterana en América

 

Sobre la Iglesia Evangélica Luterana en América:

La ELCA es una de las mayores denominaciones cristianas en Estados Unidos con más de 3.7 millones de miembros en casi 9,300 congregaciones en los 50 estados y la región del Caribe. Conocida como la iglesia de “La obra de Dios. Nuestras manos”, la ELCA enfatiza la gracia salvadora de Dios por medio de la fe en Jesucristo, la unidad entre los cristianos y el servicio en el mundo. Las raíces de la ELCA se hallan en los escritos del reformista alemán Martín Lutero.

 

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Sábado de Gloria – Un espacio entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua

Por Elizabeth Eaton

Ambos tomaron el cuerpo de Jesús y, conforme a la costumbre judía de dar sepultura, lo envolvieron en vendas con las especias aromáticas. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no se había sepultado a nadie. Como era el día judío de la preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. (Juan 19:40-42).

Sábado de Gloria. Una pausa. Un espacio entre el Viernes Santo y la Pascua. Un sepulcro lleno y, excepto por el guardia, un huerto vacío. Sin movimiento. En silencio.

No prestamos mucha atención al Sábado de Gloria más que como día de preparación para el Domingo de Pascua. El grupo juvenil tiene que prepararse para el desayuno de Pascua. El gremio del altar está ocupado encargándose de los lirios y preparando el altar. Los supermercados están llenos. Se pintan huevos. Estamos ocupados con un ajetreo de anticipación. Dejamos atrás el Viernes Santo. Incluso la Vigilia Pascual en la noche del Sábado de Gloria anuncia y dirige la mirada hacia la resurrección.

Nosotros, por supuesto, vivimos después de la primera Pascua. Sabemos cómo acaba la historia y se sentiría forzado quedarse en el Sábado de Gloria como si no supiéramos de la resurrección. Pero se nos ha concedido este día santo para hacer una pausa. Se nos ha dado este espacio santo para manifestar nuestro duelo; para estar vacíos; para darnos cuenta que la vida, tal como la conocemos, se ha acabado.

Esto resulta profundamente incómodo en nuestra cultura. Lo vemos en los noticieros cuando se empieza a hablar de un cierre inmediatamente después de una tragedia. Podría ser un intento bienintencionado por aliviar el dolor, pero no sana. Existe un peligro en superar con demasiada rapidez el duelo. Es importante resistirse al ansia de llevar al afligido hacia esa etapa de “cierre”.

No se puede apresurar el proceso de duelo por tragedias como las de Sandy Hook, Mother Emanuel o San Bernardino. Ninguno de los Viernes Santos de nuestra vida lo puede hacer. La resurrección se produjo después de una muerte real. La crucifixión no fue una metáfora. Un corazón dejó de latir. Exhaló su último suspiro. Un hijo murió. Las madres de Siria, El Salvador o el lado sur de Chicago hacen guardia al pie de la cruz.

Pero el Sábado de Gloria es algo más que el santo y necesario espacio para enfrentarse a la muerte sin negaciones, y para llorar sin la anestesia entumecedora del sentimentalismo. Algo mucho más profundo está pasando. Es una invitación a aceptar que la vida, tal como la conocemos, se ha acabado. Todos nuestros planes, toda nuestra premeditación y todas nuestras buenas intenciones se han acabado.

En el Sábado de Gloria se nos invita a dejar atrás nuestra vida y entrar al sepulcro. Nuestro esfuerzo y nuestro sentido de la justicia, así como nuestro pecado, nos atan. Nuestro esfuerzo por salvar nuestra vida nos ata. Esto es así tanto para la iglesia como para cada uno de sus miembros.

Me siento agradecida por la innovación fiel y el constante esfuerzo de todas nuestras gentes y congregaciones. No estoy tan apartada del ministerio parroquial como para no recordar sus dificultades y alegrías. Hay algo noble y querido en los santos que acuden una semana tras otra, un año tras otro, para escuchar y recibir el evangelio y, en respuesta a la gracia, participar en la obra reconciliadora de Dios en el mundo. Pero un día llega la hora en que hay que tomar en serio la enseñanza de Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:25).

Ese día entre Viernes Santo y Pascua se puede mirar como un vacío, una nada, algo a lo que hay que resistirse a toda costa, algo a llenar. Es la misma reacción que muchos en nuestra cultura manifiestan ante el silencio. Es como si el sonido y la actividad demostraran que todavía existimos. Pero pienso que el espacio entre la crucifixión y la resurrección —verdaderamente aterrador y verdaderamente compasivo— nos llama desde nuestra vida hacia la vida en Cristo. Después de todo, no fue ni el ruido ni el fuego lo que llamó la atención de Elías, sino el sonido del puro silencio (1 Reyes 19:11-13).

Cuando dejemos atrás nuestras vidas y entremos al sepulcro, cuando el silencio nos rodee, entonces veremos que Jesús ya nos precedió, anticipándonos, acogiéndonos para que nos quedemos quietos y muramos en él y encontremos nuestra vida en él. Descansa, querida iglesia.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna se publicó por primera vez en la edición de marzo de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Reconciliarse con la felicidad – por Elizabeth Eaton

Es una cuestión cultural, para nada la alegría de encontrarse en el Cristo crucificado.

En su libro Smile or Die: How Positive Thinking Fooled America and the World (Sonríe o muere: sobre cómo el pensamiento positivo engañó a América y el mundo) Barbara Ehrenreich escribió sobre la incansable presión que enfrentaba para ser optimista mientras se sometía a un tratamiento contra el cáncer. Cualquier interrupción de la actitud positiva proporcionaría ayuda y consuelo a las células cancerígenas que atacaban su cuerpo y ella sería, de alguna manera, responsable del fracaso de su tratamiento. ¡El pensamiento positivo conduce a resultados positivos que, inexorablemente, llevan a la felicidad!

La búsqueda de la felicidad se ha vuelto obsesión en la cultura estadounidense. La incomodidad, la intranquilidad y la enfermedad deben evitarse si es posible y debe lidiarse con ellas de manera firme con la ayuda del analgésico apropiado —ya sea médico, emocional, social o religioso— si es necesario. No se debe tolerar la tensión en las relaciones o dentro de uno mismo. El alivio se convierte en el bien mayor.

Nos hemos convertido en una sociedad que no soporta el dolor, anestesiada. Creemos que todo es justo y tal como es. O, al menos, creemos que todos los demás llevan una vida modelada en una familia perfecta, y encuentran la felicidad y la plenitud en una vida profesional increíble mientras hacen trabajo voluntario merecedor del premio Nobel de la Paz, investigaciones aptas para una disertación en su afición por estudiar la historia rural de la Francia del siglo 19 y trabajan en un huerto orgánico sustentable en su tiempo libre. Todo ello sin esfuerzo. Y si no estamos viviendo esa visión de la buena vida, entonces necesitamos ponernos las pilas.

En este sentido, la felicidad, tal como se define en nuestra cultura, está sobrevalorada.

Hay momentos en nuestras vidas en los que debemos pasar por el dolor. Hay momentos en los que la tensión no se debe solucionar con demasiada rapidez. Hay momentos en los que debemos de pasar por dificultades. No estoy defendiendo la dureza de “cuando tenía tu edad caminábamos cuesta arriba para ir y volver de la escuela entre la nieve mientras masticábamos pintura y nos envolvíamos en asbestos”. Al contrario, lo que externo es la posibilidad de que esa “felicidad” que evita toda incomodidad es una ilusión desesperada y estéril. Amortigua la vida y puede convertirse en una especie de cautividad, una búsqueda agotadora de un alivio que, significativamente, lleva a una vida en la que nos consumimos. Acabamos siendo desesperadamente felices.

La vida en Cristo ofrece una alternativa. El gozo. Ésta es una participación activa, viva, en el amor misericordioso de Dios, demostrado en la muerte y resurrección de Cristo. La crucifixión no fue un evento carente de dolor. La Pasión fue el intento deliberado de Jesús de desligarse de cualquier cosa que mitigara o suavizara la agonía del pecado y la muerte que atacan a la vida y el amor.

“La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:5-8).

Este acto supremo de presencia y vulnerabilidad radicales por parte de un Dios apasionado nos da vida, esperanza y un futuro, incluso y especialmente, frente a todas las cosas feas y mortales que la vida nos lanza a la cara. Esto se opone diametralmente a una “felicidad” que nos encierra en una comodidad vacía. Éste es el verdadero gozo.

Resulta extraño y difícil que la cruz sea un símbolo de alegría. Podría resultar aún más extraño y difícil creer y confiar en que una vida conformada al sufrimiento, servicio y muerte de Jesús sea, de hecho, la buena vida. El mundo ofrece “felicidad”; Cristo da gozo. El mundo quiere lo “fácil”; nuestra vida en Cristo da simplicidad. El mundo promueve una vida anestesiada; la vida cruciforme hace posible que estemos completamente presentes. El mundo pregona el pensamiento positivo; nosotros estamos invitados a ser del mismo pensamiento que encontramos en Cristo.

Y por lo tanto, querida iglesia, ¿qué forma podría adoptar este gozo? Unidos en el bautismo hasta la muerte y resurrección de Cristo, podemos estar plenamente conscientes del sufrimiento —el nuestro y el de los demás— y no alejarnos. Al reconocer el dolor, nos vemos impulsados a llevar la sanación. Vivir en la tensión entre la misericordiosa voluntad de Dios y la desolación causada por el pecado humano para el que la cruz aporta un mayor alivio, podemos señalar la victoria de Dios al final, aunque tengamos dificultad para darnos cuenta en nuestras comunidades.

Jesús no murió para hacernos felices. Jesús murió para que su alegría pueda encontrarse en nosotros y que esa alegría sea completa.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de noviembre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Si Dios es suficiente – por Elizabeth Eaton

Podemos liberarnos del apego a nuestros planes, voluntades y éxitos.

De vez en cuando me invitan a celebrar el aniversario de alguna congregación. Es maravilloso ver a la iglesia en acción y conocer a miembros de diferentes partes del país.

También es interesante ver la variedad de tamaños y estilos arquitectónicos de nuestros templos. Mirar las edificaciones que se agregan a las iglesias es como estudiar los anillos de crecimiento en los árboles: se pueden apreciar los periodos de crecimiento rápido y de contracción. Por lo general, la primera unidad se construyó hace uno o dos siglos, la ampliación del santuario se levantó cuando el original se quedó chico y el ala dedicado a la educación se añadió a fines de las décadas de 1950 ó 1960. He visto docenas de iglesias así y recuerdo que mi última parroquia mostraba un patrón de crecimiento similar.

Con mucha frecuencia, sin embargo, la membresía de estas congregaciones se ha reducido. Un santuario construido para acoger a 400 personas, ahora sólo recibe a 50 los domingos. Las salas dedicadas a escuela dominical y gimnasio, en las que en otro tiempo resonaban las voces de los niños, ahora se encuentran vacías o, en congregaciones más emprendedoras, han sido rentadas a grupos comunitarios y organizaciones de servicio social.

En estas congregaciones, la celebración del aniversario tiene un gusto agridulce: durante un glorioso domingo, el santuario se llena de miembros actuales y exmiembros acompañados de sus hijos y nietos; se comparten historias de la época dorada de la congregación; hay energía y entusiasmo, y luego todo el mundo se marcha a casa. Al siguiente domingo, las 50 almas afables que quedan se reunirán en un santuario cuya soledad es ahora aún más obvia.

Se oye el sonido de un lamento en muchas partes de nuestra iglesia. Las poblaciones han cambiado y las personas se han alejado. Han cambiado las actitudes sobre la religión y la iglesia tiene un estatus menor en nuestra cultura. Eso nos llena de ansiedad y, en algunos casos, de desesperación. ¿Cómo podemos detener la decadencia? ¿Dónde está la siguiente generación? ¿Qué sucedió? ¿Qué significa todo esto?

Tengo una teoría. Estamos experimentando el juicio de Dios. No como si fuera una plaga de langostas acompañada de un fuego infernal, sino como una llamada tenaz, imponente y amorosa que nos lanza Dios a todos nosotros. La iglesia no nos pertenece. La iglesia no es un vehículo para nuestra conveniencia, estatus, éxito o consuelo. La iglesia es el cuerpo vivo de Cristo, al que le ha insuflado vida el Espíritu y que está llamado a una profunda comunión con Dios. Todo lo demás es, en el mejor de los casos, complementario y, en el peor, una distracción.

Dios podría estar llamando al pueblo de Dios a examinar qué es lo que merece nuestra atención. ¿De dónde se extrae nuestra energía?

Si la respuesta a nuestras preguntas desesperadas es cualquier otra cosa que no sea el amor íntimo y completo de Dios como se demuestra en Cristo crucificado y resucitado, entonces es que nos estamos apartando de la fuente de nuestra vida como pueblo y como iglesia.

Había un artículo provocador en la edición de diciembre de 2012 de la revista Christian Century sobre la “noche oscura de la iglesia”. Los autores del artículo sugerían que lo que yo estoy llamando un tiempo de juicio es, en realidad, la acción de Dios que nos libera del apego a nuestros planes, nuestra voluntad, nuestro éxito.

Los autores preguntaban: “¿Que está volviendo a aprender la iglesia sobre sí misma en su noche oscura? La iglesia está volviendo a aprender que su esencia no se encuentra en sus programas y logros, ni en sus actividades y las alabanzas que recibe, sino en la verdad de que ‘de toda la tierra, es ella la que tiene unión con el Dios Trino’ y que Dios es suficiente. Alcanzar este conocimiento significa desconectarse de la glamorosa cultura americana orientada a los resultados, con su producción, medición y crecimiento sin límites”.

Así que, amada iglesia, ¿es Dios suficiente? Si no lo es, entonces estamos condenados a seguir una travesía interminable, agotadora y vacía en busca del significado, la importancia y el propósito. Si Dios es suficiente, entonces tenemos todo lo que necesitamos. Si Dios es suficiente, somos libres para regresar el amor recibido y entregar nuestras vidas en aras del Evangelio y en servicio al prójimo. Si Dios es suficiente, podemos abrir nuestras manos y nuestras vidas. Si Dios es suficiente, entonces podemos soltar las riendas de la iglesia sabiendo que es la iglesia de Cristo, que no es nuestra.

Y si es la voluntad de Dios que haya un testimonio del Evangelio por parte de la ELCA, no existe fuerza sobre la Tierra, ni siquiera la nuestra, que lo pueda impedir.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de septiembre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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Sin glamour, pero fundamental – por Elizabeth Eaton

Nuestra relación con el dinero es una cuestión profundamente espiritual.

Una iglesia en el Sínodo del Noreste de Ohio se describe a sí misma como una congregación del “50/50”. Dona la mitad de las ofrendas recibidas. Una parte importante se destina al apoyo a la misión, pero la congregación también apoya ministerios y proyectos locales. Visité la congregación el día en que se iban a aportar ofrendas para un programa especial. Uno a uno, los congregantes con gesto serio se acercaban a colocar sus ofrendas en una cesta ante el altar.

En la parte de atrás de la congregación, me llamó la atención una niña, puede que de 5 años, sentada en el regazo de su padre. Forcejeaba y se retorcía hasta que el adulto le dio su ofrenda y la soltó. Recorrió el pasillo como un tornado, la cabeza en alto y una mirada como si hubiera ganado la lotería. Cuando regresaba a su asiento, señalé la alegría de dar representada en esta pequeña niña. Alguien de la congregación comentó: “No es su dinero”. Esperé un minuto y luego dije: “No, es el dinero de su padre”.

Tenemos una relación conflictiva con el dinero. Por una parte, aseguramos que no nos puede comprar amor o felicidad, pero por la otra medimos nuestro valor y seguridad según su escala. No nos gusta hablar de dinero en la iglesia. Hace años que hablamos de sexualidad humana en esta iglesia, pero no hablamos del dinero. Es totalmente inaceptable.

Recuerdo una entrevista con un comité de vocaciones donde pedí ver los informes del tesorero. Me dijeron: “Oh no, pastora, usted preocúpese de las cuestiones espirituales y nosotros nos preocupamos de las finanzas”. Pero nuestra relación con el dinero es una cuestión profundamente espiritual. Nuestra peculiar relación con el dinero puede mantenernos en una especie de esclavitud. Jesús lo sabía cuando se encontró con un rico que aseguraba haber respetado los mandamientos desde su juventud, pero que seguía sintiendo que le faltaba algo. Cuando Jesús le dijo que vendiera todo lo que tenía, que lo diera a los pobres y le siguiera, “el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas” (Marcos 10:17-22). Tenía muchas posesiones. Era esclavo de sus posesiones.

Dar es una disciplina espiritual. Es la forma que tenemos de aprender a vivir por la fe. Es una forma de participar de la generosidad y abundancia de Dios. Es una forma de ir más allá de nosotros mismos. Es también una forma de conectarnos los unos a los otros. En respuesta a la gracia y amor pródigo de Dios, expresado en la crucifixión y resurrección de Jesús, nuestros donativos son un acto comunal. Dar es tan espiritual como la adoración. Forma parte de nuestra vida unidos. No estoy hablando de los donativos de ostentación y publicidad de uno mismo contra los que advierte Jesús en Mateo 6:2-4, sino de la ofrenda intencional y, en su caso, extravagante de la viuda en el templo (Marcos 12:41-44). El suyo fue un acto público de fe y participación en la vida corporativa de la comunidad.

¿Con qué frecuencia habla su congregación del dinero? ¿En la campaña anual de mayordomía en el otoño? ¿En los foros de adultos? ¿Alguna vez? ¿Cuenta su congregación con educación para la mayordomía y con un programa anual de mayordomía? Sus obispos, el personal de su sínodo y los directores de misión evangélica están listos y dispuestos para trabajar con ustedes. Háblenles por teléfono.

Recientemente, el obispo James Hazelwood del Sínodo de Nueva Inglaterra encuestó a los miembros laicos y ordenados sobre el apoyo a la misión. Descubrió que aproximadamente el 10 por ciento sabía qué era el apoyo a la misión. Es el apoyo financiero que las congregaciones envían a los sínodos para posibilitar y promover la obra de la más amplia iglesia. Un porcentaje se envía a la organización nacional para apoyar la obra de la ELCA en nuestro país y en todo el mundo. Algunos sínodos envían hasta el 55 por ciento del apoyo a la misión recibido. Todos nuestros sínodos son generosos en sus donativos, incluso hasta el punto del sacrificio. Esta es una obra que realizamos juntos: ningún sínodo o congregación individual podría hacerlo solo. Y los sínodos también apoyan ministerios en sus territorios: seminarios, campamentos, universidades, organizaciones de ministerio social, nuevas congregaciones y mucho más.

Han cambiado los patrones para dar. Entiendo que las personas quieran dar a proyectos específicos o a causas locales. Eso está muy bien. Sigan haciéndolo. De hecho, revisen Always Being Made New: The Campaign for the ELCA (Siempre siendo renovados: la campaña de la ELCA). Pueden designar para dar a ministerios vitales que lleven en el corazón. Pero formen parte de un apoyo a la misión que significa fe, liberación y creación de conexiones. Puede que no sea glamoroso, pero hace la diferencia.

¿Con qué frecuencia habla su congregación del dinero? ¿En la campaña anual de mayordomía por el otoño? ¿En los foros de adultos? ¿De vez en cuando?

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de julio de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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