Por Elizabeth Eaton
Desde hace muchos meses nos han estado pidiendo algún tipo de declaración sobre la persecución de los cristianos en todo el mundo. Parece ser una cuestión sin complicaciones: Los cristianos están sufriendo en Iraq y Siria, en Nigeria y Egipto. Los palestinos cristianos encuentran una presión intensa. Los cristianos de algunas partes de la India están amenazados. Algunos incluso dirían que los cristianos estadounidenses se encuentran en estado de sitio. Las atrocidades cometidas contra los cristianos por el Estado Islámico, Boko Haram, al-Shabab y otros aparecen con regularidad en las noticias. Escuchamos que en años recientes han sufrido martirio más cristianos que en los primeros tres siglos del movimiento cristiano.
Cada caso de violencia contra los cristianos es profundamente doloroso. Existen hermanos y hermanas en todo el mundo cuyas vidas forman parte de la pasión de Cristo. En algunos países están persiguiendo a algunas personas porque son cristianas. Pero esta es una cuestión compleja. ¿Están sufriendo y muriendo los cristianos como testigos de la fe? Sí. Pero en muchos lugares el conflicto interreligioso ha sido utilizado como un pretexto calculado para conseguir ventajas políticas. El discurso de religión contra religión, o de religión contra la sociedad, es una forma eficaz de generar apoyo para la causa de alguien específico. Lamentablemente, la sospecha y el miedo al “otro” conducen a la intolerancia y la discriminación.
La persecución a los cristianos no es nueva. Los mártires han existido desde los principios de la iglesia. Esteban sufrió martirio con el consentimiento de Pablo, quien fue martirizado por el imperio romano. Pablo citó los salmos, escribiendo: “Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!” (Romanos 8:36).
La indignación es una reacción natural a las decapitaciones y las crucifixiones. El instinto de devolver el golpe es comprensible. Muchos luteranos aceptan que la fuerza letal puede ser necesaria en un mundo desolado. La venganza, sin embargo, no es una opción para un cristiano.
Elevo mis oraciones porque ninguno de ustedes sufra nunca la violencia por la fe, pero cada generación ha tenido que hacer frente a la hostilidad. El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer escribió: “Soportar la cruz no es una tragedia, es el sufrimiento que es fruto de una alianza exclusiva con Jesucristo”.
“Mártir” es una palabra griega que significa “testigo”, “dar testimonio”. Un testigo también puede ser un símbolo que testifique que se ha logrado una acción prometida. Cuando hablamos sobre la persecución de los cristianos, la verdadera cuestión es: “¿Cuál será nuestro testimonio?”
Esta es una historia de cómo respondieron a esa pregunta algunos luteranos de Etiopía. Sucedió en uno de nuestros sínodos compañeros. Unos musulmanes quemaron una iglesia pensando que estaban atacando a católicos romanos. Pero por error quemaron una iglesia luterana. Fueron arrestados y enviados a la cárcel. En esa región el cuidado de la higiene y alimentación de los prisioneros es responsabilidad de sus familias. Pero los miembros de la iglesia luterana pidieron a las autoridades que les permitieran cavar las letrinas de los prisioneros y alimentarlos. Ese fue su testimonio ante la persecución.
Los cristianos no son los únicos a los que se identifica y persigue por su religión. Se ha reportado que el Estado Islámico ha asesinado a más musulmanes que a miembros de cualquier otro grupo. Nuestro testimonio debe ser el de trabajadores por la paz y defensores de las minorías religiosas en nuestro país y en todo el mundo. Debemos ser los que alcemos la voz cuando se caracterice falsamente a religiones enteras por las acciones de unos extremistas. No aceptaríamos que se definiera al cristianismo por el Ku Klux Klan o el movimiento de Identidad Cristiana. No debemos definir a comunidades enteras por la distorsión de su religión.
La cruz es el símbolo visual que nos ha dado Dios de que se ha alcanzado una acción prometida. Es la señal de Dios en la arena. Es el testimonio de Dios de la verdad de que “en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencida de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:37-39).
Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de junio de 2016 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.