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¿Qué es ser “luterano”? – por Elizabeth Eaton

Tenemos una forma particular de entender la historia de Jesús.

Durante los dos últimos años, he organizado mi trabajo alrededor de estos cuatro énfasis: somos iglesia, somos luteranos y luteranas, somos una iglesia unida y somos iglesia para bien del mundo.

Deseo dedicar un poco de tiempo a pensar con ustedes lo que significa ser luteranos en el siglo 21. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que somos luteranos?

Un buen lugar para comenzar quizás sea preguntar por qué es importante y útil tener una identidad luterana. Algunos dirán que las denominaciones y la lealtad a las mismas son cosas del pasado. Tienen algo de razón, especialmente si nuestra denominación se define por la etnia y la cultura, y si nuestra lealtad se dirige principalmente a la denominación y no a nuestro Señor.

Hubo una campaña durante el movimiento por expandir la iglesia en la década de 1980 para deshacerse de cualquier señal que identificara a la denominación. Se suponía que la iglesia luterana St. Paul, en su imperturbable abandono, pasaría a llamarse algo así como “The Church at Pheasant Run” (la iglesia en la senda del faisán) ¡Qué evocador! ¡Qué maravilloso! Un simple cambio de nombre mataría dos pájaros de un solo tiro: dejar de espantar a los que se oponían a las denominaciones y atraer montones de gente. No lo hizo.

En un intento por ser más atractiva, se volvió genérica. Tener una idea clara de quiénes somos y en qué creemos no es un lastre, es un activo. Si estamos bien definidos y bien diferenciados, tenemos una mayor capacidad para participar en el diálogo ecuménico e interreligioso y podemos ser una voz clara en la plaza pública.

Pero, ¿qué es ser “luterano”? Nos reímos con la cariñosa caricatura que hace el autor Garrison Keillor de los luteranos. Sí, nos describe a muchos de nosotros, pero no a todos. Nunca repudiaría la herencia occidental y del norte de Europa de miles de los nuestros. Forma parte de nuestra historia. Pero también tenemos a miles de hermanos y hermanas de origen africano, asiático, latino, nativo americano y árabe y de Medio Oriente, algunos de los cuales llevan generaciones enteras siendo luteranos.

Y la iglesia luterana está experimentando su mayor crecimiento en el “sur global” (África, América Central y Latinoamérica y la mayor parte de Asia). Hay más luteranos en Indonesia que en la ELCA. Hay más luteranos en Etiopía y Tanzania que en los EE.UU. Hay más luteranos en El Salvador, en Japón, en India, en México, en Palestina, en Jordania, en China y en Irlanda. La iglesia luterana más reciente se está formando en el país más joven del mundo. Estamos trabajando con pastores luteranos sudaneses para establecer una iglesia luterana en Sudán del Sur. Las gelatinas en polvo Jell-O no suelen aparecer en las comidas de traje de estos luteranos. El factor fundamental de ser luterano no es la etnia.

Si la cultura y la cocina no nos definen, entonces debe hacerlo nuestra teología. Los luteranos tienen una forma muy particular de entender la historia de Jesús. No es un movimiento que transita de la libertad desenfrenada a la sumisión. Es, más bien, la historia de cómo Dios nos redime del pecado, la muerte y el diablo, liberándonos de las cadenas que nos atan al pecado de manera que, liberados y vivos, podamos servir a Dios al servir a nuestro prójimo. Y no es cuestión de nuestro esfuerzo, bondad o ardua labor. Es la bondadosa voluntad de Dios para ser misericordioso.

Pruébenlo en casa: pregunten a sus familiares o amigos qué deben hacer para tener una buena relación con Dios. Después del asombro ante esta pregunta, adivino que hablarán de guardar los mandamientos, ser una mejor persona, leer más la Biblia. No. El amor de Dios en acción en el Cristo crucificado crea una buena relación. Nuestra parte es recibir este don con fe.

Esto es una inversión sorprendente de la forma en que siempre ha funcionado todo. No tenemos una relación transaccional con Dios: si hacemos esto, entonces Dios hará esto otro. Es una relación de transformación. Nosotros, que estábamos muertos en el pecado, hemos sido renovados. Somos libres de responder a ese amor profundamente vinculante. Lo que comemos, los himnos que cantamos, los chistes que contamos, nuestros países de procedencia, el color de nuestra piel, las prendas que vestimos, nada de eso nos une o nos hace luteranos. Es la gracia de Dios. Y eso es una buena nueva en cualquier idioma.

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Esta columna apareció por primera vez en la edición de octubre de 2015 de la revista en inglés The Lutheran. Reimpreso con permiso.

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