Diciembre de 2016

Por la Revda. Elizabeth Eaton

Recuerdo mi hogar cuando era niña. Estaba en el lado oeste de Cleveland. Todavía sueño con él. Era un lugar donde me sentía a salvo, donde estaba mi familia. Y guardaba maravillosos recuerdos navideños. Después, cuando cursaba mi último año de universidad, mis padres se mudaron. El sueño de todos los residentes del lado oeste de Cleveland era vivir junto al lago. Y al fin lograron llegar a la orilla del Lago Erie. Pero mi hogar ya no estaba. De hecho, tuve que preguntar cómo dar con la casa de mis padres para visitarlos en las vacaciones de Navidad.

Todavía sueño con aquel hogar. Aún lo echo de menos. Todavía puedo ver exactamente cómo era. Y me doy cuenta que todos añoramos profundamente el hogar. En Navidad, creo que a la gente le resulta especialmente emotivo y profundo ese sentimiento. Muchos de nuestros villancicos y canciones hablan de estar en casa en Navidad y de lo difícil que es no poder hacerlo.

Luego recordé que María y José no estaban en su hogar para Navidad ese primer año. Estaban lejos de su casa, lejos de su gente. Se hallaban en Belén, lejos de Nazaret. Se debieron haber sentido muy desorientados.

Pero la verdad es que María y José estaban justamente en casa en Navidad porque el niño Dios estaba con ellos. Jesús es nuestro verdadero hogar. Esa es nuestra esperanza en Navidad y durante todo el año. Nunca estamos lejos de casa porque Cristo está a nuestro lado, tan cerca como nuestro propio aliento o nuestros propios latidos. Así que, donde quiera que se encuentren este año, querida iglesia, recuerden que Jesús está con ustedes y que están en casa esta Navidad.

¡Feliz Navidad!

Reverenda Elizabeth A. Eaton
Obispa presidente
Iglesia Evangélica Luterana en América

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